Que importantes que son las cosas que te llevan de un lado a otro. Cuando éstas se convierten en casi una segunda piel, deshacerte de ellas es difícil. No vale con tirarlas a la basura o llevarlas al desguace y ya está. Coincidencias de la vida, el señor Del Molino y yo estabamos preparando dos obituarios. El ha jubilado su ZX ésta semana. Y yo he jubilado mis Camper, mis botas viajeras.
Después de 6 años en mis piés, han dicho basta. Las suelas desgastadas de mi andar torcido, la piel destrozada, un talón roto en una fiesta de disfraces en mi casa que tuvo a mi armario como víctima. Empezaban a doler. Y no quería verlas sufrir (y que me hicieran sufrir a mí). Ha sido algo así como una eutanasia.
Salieron de la tienda con buena estrella. Me acuerdo perfectamente del día que las compré. Las paseé por Malasaña en su bolsa de papel, nos acompañaron a revolver en un contenedor de ropa vieja, y a buscar un regalo para Sergio (aquel cartel de Rocky que estuvo tanto tiempo en el salón de Lacoma). Y cuando llegué a Ópera para probármelas otra vez… las botas ya no estaban en mi mano. Tengo grabada la cara de Marta, que decía “¿de verdad has perdido las botas nuevas que te han costado un dineral? Si es que eres…”. Salimos corriendo, haciendo el camino en dirección contraria. Allí estaban, entre carteles de cine en la tienda Gilda, en la calle del Pez. Mis botas de la buena suerte.
Aunque con manchas de pintura, llegaron hasta Italia, y me salvaron de morir de una pulmonía bajo las lluvias torrenciales de Cassino. Y cuando me robaron la maleta, fueron mi única posesión querida que no desapareció en aquel viaje porque iban en mis piés. Desde entonces siempre han viajado conmigo, y han visto mucho mundo: Italia de norte a sur, Bruselas y Amsterdam, Alemania, Inglaterra y Francia. Han cruzado el Atlántico y han llegado hasta Canadá. Pero prometí que no volverían a casa, y así ha sido.
Ahora descansan en paz en una papelera de Times Square. Las he dejado allí, en una bolsa, con la esperanza de que las encuentre alguien y las use o las venda en algun mercadillo o en una tienda del Salvation Army. Y que sigan caminando por Nueva York cuando yo no esté.
(Aquí se acaban los 55 días en NY. Espero que os haya gustado el diario, y que no os aburrais cuando os cuente en persona otra vez las mismas cosas, y gracias por haberlo seguido y comentado, que es lo que mejor de los blogs. Podeis seguirme en solilokio.wordpress.com. Mañana por la tarde, noche en España, cojo el avión de vuelta, y si todo la bien, el sábado por la mañana desayunaré en Barcelona. Como siempre, apetece volver a casa pero da mucha pena que se acabe el viaje. Ahora solo queda pensar el próximo destino…)